En ocasiones, cuando la ciudad duerme, observo a través de mi ventana, cómo aparentemente sus habitantes intentan descansar. Sus enormes estructuras, sus aceras y carreteras, construidas por la mano de un ser humano que se ha apropiado de este planeta, haciendo a su antojo las enormes urbes, que no distan de asemejarse a hormigueros a gran escala.
Cada uno de nosotros y de nosotras, desempeñamos la función que se nos ha asignado, o bien por casualidades, de lo que nosotros consideramos el destino, por méritos propios o simplemente por pertenecer a un escalafón social fuera del alcance de la mayoría de nosotros. Prácticamente todos los días de nuestra vida nos vemos inmersos en la misma rutina.Corremos de un lado a otro, muchas de las veces como un “pollo sin cabeza”, para al final dar por terminada una jornada mas, llegando a nuestros hogares pensando en que aún queda por preparar cenas y hacer cuatro cosas mas, sin pararnos a pensar, que dónde acabamos de llegar no es mas que nuestro pequeño reducto de paz y que estar con la familia sería un descanso y no una obligación mas.